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De oro, malaria y fiebre: así es la epidemia oculta en las minas de Venezuela

En el estado Bolívar, al oeste del país sudamericano, la gente se está enfermando de malaria. Esta patología ha hecho de las minas áureas su nicho y evidencia el retroceso de la salud en la nación, dirigida por el presidente Nicolás Maduro.
Imagen por German Vargas/EPA
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Este texto fue publicado originalmente en Distintas Latitudes, y VICE News lo reproduce en el marco de una alianza entre ambos medios.

Ancianos y chamos, hombres y mujeres, un par de niños indios que lloraban a todo pulmón, pero sobre todo enfermeras tomando muestras sangre, doctores dando instrucciones, mandando a la gente a su casa. Todo era revuelo y movimiento. Menos ella, quien luchaba por mantener los ojos abiertos y seguía esperando atención.

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Crisberly González recordaba claramente el olor a gerdex —el químico con el que desinfectaban el hospital—, también el sudor y la lucha por controlar su cuerpo, que febril, tenía sacudidas como si cada célula necesitara rebelarse contra el parásito que sentía.

Comenzaba a exudar gotitas de sudor en la frente. Incómoda, se removía en una silla durante la entrevista, asqueada de su vulnerabilidad: palúdica otra vez.

"¿Qué otro detalle necesitas saber? No me acuerdo de todo por la fiebre. ¿No es esto suficiente?" pregunta irascible.

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Un año y tres meses han pasado desde que regresó de las minas del estado Bolívar, Venezuela. De los dos meses en que estuvo cocinando para los trabajadores mineros, lo que más recuerda es esa estampa hospitalaria en el centro José Gregorio Hernández de Tumeremo, en el municipio Sifontes. Compañeros mineros tuvieron que hacer una colecta para conseguirle las medicinas que necesitaba en el mercado negro de la zona. Las compraron a un grupo paramilitar. No había en el hospital.

"Yo no me voy a morir por 200.000 bolívares (unos 20.000 dólares). Tengo amigos en las minas que tienen esa enfermedad cada semana. Prefiero seguir enseñando muchachitos aquí en Maracaibo (una ciudad del occidente de Venezuela) y rebuscando con otros trabajitos, que vivir enferma en ese infierno", dice la licenciada en Educación Preescolar.

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La situación económica venezolana —con una inflación estimada del 720 por ciento según el Fondo Monetario Internacional— ha empujado a muchos profesionales de las urbes occidentales a buscar trabajo en el sector minero al sur del país, dado que el gramo de oro se cotiza en dólares y los pagos en bolívares que reciben superan con creces lo que obtienen en sus trabajos formales.

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González llegó a ganar más de tres veces su sueldo mensual cuando estuvo en las minas. Pero la severa epidemia de malaria que afronta la región no se toma a la ligera: su largo período recuperación tras la enfermedad y la dificultad para obtener medicinas fue razón suficiente para volver a su nicho. Su hermano, Jesús González, optó por quedarse y seguir trabajando en la extracción.

En los yacimientos, labora sumergiéndose en unas lagunas de barro caliente: aptas para la reproducción del mosquito y los parásitos que causan la malaria. La temperatura de las aguas y su cercanía a los seres humanos, garantizan la disponibilidad de sangre para las nuevas crías. Además, las condiciones infrasanitarias y la falta de fumigación y de mosquiteros hacen de los campos mineros lugares perfectos para la transmisión de la enfermedad.

"Yo le digo que regrese, pero tú sabes cómo es. Por la plata baila el mono", reconoce Crisberly.

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Visto bajo el microscopio no se ve tan amenazante. Redondo y poroso, tintado de morado, más bien parece un caramelo. Como si flotara mientras le traspasa el haz de luz.

Los parásitos causantes de la malaria pululan en 23 muestras de un laboratorio de investigación epidemiológica, ubicado centro del país, cuyo nombre ha sido reservado a petición de la fuente. Allí hay las especies plasmodium falciparum y plasmodium vivax se han confirmado en pacientes de centros de salud de los estados Bolívar, Anzoátegui y Sucre.

Carmen Rosa, la laboratorista, con la mirada ceñida al microscopio señala que estas son las formas más comunes en la actualidad en el país. "Igual que en la época de Gabaldón", dice, cabeceando al retrato de la esquina.

El hombre de la foto, trazado en blanco y negro, es Armando Gabaldón, el antiguo director de Malariología, cuyos esfuerzos convirtieron a Venezuela en el primer país del mundo en erradicar la malaria en 1961, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

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En ese entonces, inició una polémica campaña de dos fases: la primera de preparación epidemiológica para el personal de salud y, la segunda, de aplicación del insecticida DDT —dicloro difenil tricloroetano— a viviendas y a mosquiteros en los lugares de contagio. En 10 años la tasa de mortalidad pasó de 9 por cada 100.000 habitantes a 1 por cada 100.000, erradicando —para los parámetros de la época— una patología que casi diezmaba a la población del 70 por ciento del territorio nacional.

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Ahora, la imagen es otra. En mayo, el Ministerio para el Poder Popular de Salud (MPPS) publicó un informe confirmando 240.613 casos de malaria en el país durante el 2016. Se reportaron convalecientes en, al menos, 17 de los 24 estados del territorio nacional. La cantidad de casos incrementó 76,4 por ciento con respecto al 2015.

Estimaciones de la OMS del 2015 revelan que en Venezuela se registró un caso por cada 1.000 habitantes en áreas de alto riesgo de transmisión de la enfermedad, donde habitan entre el 6 por ciento y 10 por ciento de la población nacional: en pocas palabras, se vive la epidemia más grande en la región de las Américas en 75 años.

Puedes leer el reportaje completo en Distintas Latitudes.

*La autora de este texto, María García, es integrante de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas de Distintas Latitudes, una red, una agencia y una apuesta por crear un espacio independiente para narrar y explicar América Latina desde América Latina. Sus trabajos periodísticos pueden leerse en www.distintaslatitudes.net.

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